UN INVIERNO EN LA PLAYA: Lo trascendental del amor

NOTAS:

FilmAffinity: 6.3/10
ImBD: 7.3/10
ECO: 8/10

FICHA TÉCNICA:

Título original: Stuck in love
Año: 2013
País: Estados Unidos
Director: Josh Boone
Guion: Josh Boone
Reparto: Greg Kinnear, Jennifer Connelly, Lilly Collins, Logan Lerman, Nat Wolff, Liana Liberato, Kristen Bell, Spencer Breslin, Rusty Joiner, Patrick Schwarzenegger, Stephen King

SINOPSIS:

Años después de su divorcio, el veterano novelista Bill Borgens (Greg Kinnear) sigue obsesionado con Erica (Jennifer Connelly), la mujer que lo abandonó por otro hombre. A pesar de los esfuerzos de su vecina Tricia (Kristen Bell), él solo tiene ojos para Erica. Cuando Bill descubre que su hija Samantha (Lilly Collins) acaba de publicar su primera novela, se da cuenta de que él hace tiempo que no escribe. Al mismo tiempo, su hijo Rusty (Nat Wolff) intenta también encontrar su camino como escritor de ficción. (Fuente: FILMAFFINITY)

CRÍTICA:

Como ya vimos en la entrada de Mil veces buenas noches (Tusen ganger god natt, Erik Poppe, 2013), el año 2013 fue un año de buena cosecha en el mundo del séptimo . De ahí que hoy queramos rescatar este título para una nueva entrada de El Cine Oculto (ECO).
Un invierno en la playa fue el debut de Josh Boone en el panorama cinematográfico. Una ópera prima escrita y dirigida por él, cargada de frescura y con un tema central por todos conocido y tratado hasta la saciedad en el cine: el amor. De ahí la dificultad y el mérito de la hazaña de Boone: hacer una buena película y aportar algo diferente a un género tan popular como el romántico.

Un año después, estrenaría Bajo la misma estrella (The fault in our stars, Josh Boone, 2014) –basada en la novela homónima del escritor estadounidense John Green-. Una película sobre un romance adolescente en la que, en mi opinión, peca de algo común en el género: la sensiblería. Sin embargo, en la primera, logra no caer en ella y tratar el tema del amor desde diversos puntos de vista, llegando incluso a tener algún diálogo trascendental –algunos pensaréis que exagero con esta afirmación, pero para mí lo consigue de verdad-.

Empecemos a sumar puntos positivos. Un gran plus son sus personajes. Muy bien caracterizados y todos –a su manera- con encanto.
En cuestión de cinco minutos, se nos introduce de una forma amena y simpática a cada uno de los tres personajes principales: El padre, hija e hijo de la familia Borgens. El padre, Bill (Greg Kinnear), exitoso novelista que lleva sin escribir desde el abandono de su mujer, Erica (Jennifer Connelly), hace ya dos años. A pesar del tiempo transcurrido, sigue confiando en el regreso de ésta. Sin desearlo, proyecta todas sus frustraciones en sus dos hijos, quienes a partir de la separación han tomado sendas muy dispares en lo que al amor respecta. Samantha (Lilly Collins), hija mayor del matrimonio Borgens, a quien le acaban de publicar su primera novela, nihilista en el aspecto amoroso, partidaria del Carpe Diem, que no busca ningún tipo de compromiso en los hombres a los que conoce. Y, finalmente, Rusty (Nat Wolff), el hijo pequeño, proyecto de escritor de ficción y un clásico romántico enamorado del concepto del amor en todas sus formas posibles. Busca la perfección absoluta, un amor completamente idílico.

Un creyente en causas imposibles, una nihilista del amor y un romántico clásico. El prólogo perfecto para una gran historia.
La escena de los títulos iniciales y la final son la misma secuencia de imágenes de los preparativos de la comida del Día de Acción de Gracias en la casa de los Borgens, acompañadas de la canción Home de Edward Sharpe & The Magnetic Zeros. Mediante esto, se nos quiere dar a entender que todo lo que ocurre representa un año natural de las vidas de nuestros personajes.

Con el paso del tiempo iremos viendo y palpando la evolución de nuestros protagonistas en lo que concierne al amor: sus experiencias, sus ideas, sus pensamientos, sus perspectivas… Cada uno partiendo de su propio punto de origen. 
Dejando de lado los personajes, otro de los principales atractivos del filme es el constante contraste de los puntos de vista acerca del amor que tienen nuestros protagonistas. Un contraste que nos hace llegar en forma de diálogos inteligentemente redactados e interpretados. Conversaciones sinceras y verosímiles. 

Si nos detenemos a analizar el aspecto técnico de la película, podemos observar que la mayoría de escenas consisten en un plano fijo introductorio de la situación, seguido de unos primeros planos alternantes de los protagonistas de cada diálogo. La mayoría son a dos bandas. Dos puntos de vista opuestos debatiendo acerca de un mismo tema. Dos personas compartiendo opiniones y proyectando sus impresiones acerca del amor.
Esto dará lugar a una posible reflexión por parte del espectador, que le llevará a un posicionamiento a favor de uno de los personajes. Y he aquí el gran logro de Boone. Es aquí donde el filme consigue trascender. Persigue no dejar a nadie indiferente. Todos acabamos sintiéndonos identificados con alguno de los tres protagonistas –o, en su defecto, con un hipotético combinado de varios-.

Boone nos muestra que hay infinitas posturas y opiniones diferentes acerca del amor. Muchas y muy dispares. Puede incluso que no tengan nada que ver unas con las otras. Pero no hay ninguna que sea la verdad absoluta. Son solo eso, opiniones y formas de pensar. Decisiones que tomamos a lo largo de nuestra existencia. Si algo queda claro es que el amor es un factor constante en la vida de los seres humanos. De una u otra forma, siempre acaba manifestándose. 
Otro punto a favor –y seguimos sumando- es el acierto al escoger temas originales de artistas como Bon Iver, Edward Sharpe, The National o Elliot Smith –entre otros-. Suponen la banda sonora perfecta para la película, un recurso muy utilizado –y cada vez más, debido a la capacidad que tiene la música de evocar sensaciones- en el cine independiente.

Quizás el único punto negativo –por destacar uno- es que el final sea previsible –sí, no lo negaré- y que tenga un sutil regusto a happy-ending, pero no por ello os dejará de emocionar. Un final más propio del cine comercial, pero con su toque personal de originalidad. Ya lo veréis.
Al fin y al cabo, ¿qué es el amor? El amor lo es todo. Está presente en las vidas de cada uno de nosotros. Y nuestra existencia no podría llegar a entenderse sin su presencia. De alguna u otra manera todos acabamos sucumbidos a él. Nos cambia, nos da fuerza, nos hace llegar más allá de unos límites que ni nosotros mismos conocíamos. 

En resumidas cuentas, todos nuestros actos, decisiones y relaciones personales en la vida siguen el curso del amor. A pesar de que en ciertas ocasiones nos juegue una mala pasada, volvemos a caer rendidos ante él. Una y otra vez. Es nuestra naturaleza. Pero lo que hace al ser humano una especie única sobre la faz de la Tierra no es ser consciente de ello, sino el hecho de que, aun conociendo este detalle, no somos reacios a reconocer que estamos encantados con esa sensación de sabernos atrapados por el amor (Stuck in love).

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