VERANO 1993: Los sentimientos en una olla a presión

Verano 1993 (Estiu 1993, Carla Simón, 2017, ESP)

Sí... Ya lo sé... Parece que últimamente este blog se ha vuelto monotemático, pero es que, ¿cómo no iba a escribir yo sobre esta maravilla titulada Verano 1993? Una vez más, la infancia -y ya van tres consecutivas- vuelve a encandilarme como asunto central del cine en particular y del arte en general.
De repente, sin poder preverlo, aparece en el mundo cinematográfico una tal Carla Simón, totalmente desconocida -no solo para mí, sino para todos- y gana el premio a la mejor ópera prima. Ahí, sin darme yo cuenta, ya estaba inyectada en mi cuerpo la intriga e ilusión por verla. Una ansiada espera que fue en aumento al ir leyendo las extraordinarias críticas que los principales medios cinéfilos escribían sobre ella. Y no pude esperar más. Me adentré en la oscura sala de cine, me acomodé en mi butaca y me preparé para la inmersión en un mundo elaborado con una asombrosa madurez nada habitual en una debutante como Carla.
Enorme es el trabajo que ha llevado a cabo con este humilde reparto, en el que principalmente destacan las dos interpretaciones infantiles -maravillosas Laia Artigas y la pequeña Paula Robles- en las que destaca la asombrosa naturalidad con la que se mueven ante una cámara que en todo momento busca el enfoque en primera persona de la protagonista. Bruna Cusí y David Verdaguer -quien ya enamoró con su papel en 10.000 KM (Idem, Carlos Marqués-Marcet, 2014, ESP) y vuelve a hacerlo ahora tras sus erradas participaciones en No culpes al karma de lo que te pasa por gilipollas (Idem, María Ripoll, 2016, ESP) y 100 metros (Idem, Marcel Barrena, 2016, ESP)- se convierten en el complemento perfecto para esta entrañable familia que luchará por ayudar a Frida en su adaptación.
La cámara, las voces en segundo plano, las reacciones de los personajes etc. Todo está planteado de tal manera que te sitúes en el lugar de una niña de seis años que inesperadamente asumir su nueva vida y aceptar la dura realidad. Un secreto -inicialmente- que se nos será desvelado en pequeñas fracciones mediante sutiles detalles, tensas miradas y conversaciones furtivas a espaldas de las niños que orientan hacia una única posibilidad.
Estos pequeños matices están esmeradamente elaborados. Véase el juego de roles de madre-hija que interpretan las dos pequeñas en el jardín. Una pequeña herida como centro de una situación crítica. Diálogos en la distancia que indudablemente se deben a la anomalía de la situación que les ha tocado vivir. 
Una etapa difícil para la pequeña Frida, quien se iniciará en el autodescubrimiento de su vida interior, pensamientos y sentimientos. Todo orientado habia la búsqueda de una estabilidad inexistente hasta ese momento. Suena fácil, pero implica muchos cambio, incluido sensaciones nuevas que en absoluto serán fáciles de encauzar. El dolor, la rabia, la desesperación, la envidia, la soledad... Y sin dejar salir absolutamente nada Muchos cambios para una niña de tan solo seis años que le llevará a una contención emocional de dudoso beneficio.
Se trata de un cóctel nada fácil de digerir. Una edad delicada en la que uno ya empieza a ser consciente de algunas de las cosas que le rodean, una realidad difícil de entender y asimilar para una mente aún inmadura, pensamientos nuevos que rondan por la cabeza, sentimientos desconocidos que queman por sus venas. Todo eso dentro de una gran coraza de acero que actúa como herméticas paredes que no se pueden dilatar.
Y, aunque se cueza a fuego lento, todos sabemos lo que pasa en una olla a presión si nadie la mueve del fuego, ¿verdad? Pues lo mismo pasa con los sentimientos.

Comentarios