MORIR: El arte que no se enseña en ninguna escuela.

Morir (Idem, Fernando Franco, 2017, ESP)

El director sevillano Fernando Franco vuelve a las pantallas tras sorprender con su opera prima La Herida (Idem, 2013, ESP), con la que se proclamó ganador del goya a la mejor dirección novel. Con un claro estilo de cine de autor, no era momento de cambiar de fórmula por lo que repite su austeridad en las formas -solo dos actores y planos sencillos- y profundidad en el método, realizando un exhaustivo estudio psicológico de los personajes, una de las claves de su cine.
También repite en el elenco la protagonista Marián Álvarez, quien también se impuso en los Goya en la categoría de mejor actriz revelación con la anterior obra de Franco, representando un papel muy similar a este: una mujer que se ve irrevocablemente forzada a soportar una enorme carga emocional, sin poder desahogarse con nadie, siendo el mar su única vía de escape. Es una representación ejemplar de la contención emocional de una persona que está a una gota de colmar el vaso pero aguanta porque sabe que tiene que aguantar si no quiere que todo su universo se derrumbe. Todo un portento de la interpretación.
Marián Álvarez ya estaba en mi lista de actrices nacionales a seguir, pero quien realmente ha sido para mí la gran revelación de este film ha sido Andrés Gertrudix, un cuasicompleto desconocido para mí -y eso que había participado en multitud de títulos que he visto pero en los que no me había acabado de marcar- hasta que llegó a mis manos Morir, en la que lleva cabo una de las interpretaciones nacionales del año. El actor que siempre se ha caracterizado por su selectividad a la hora de escoger los papeles y su total entrega y dedicación a los personajes que encarna llenándolos de sensibilidad, es en esta ocasión el fiel reflejo del deterioro físico, mental y el aislamiento social que supone el cáncer -una enfermedad que muy a nuestro pesar sigue estando estigmatizada en nuestra aparentemente moderna sociedad del siglo XXI- para una persona que de un día para otro ve cómo todo su mundo se derrumba a causa de un diagnóstico inesperado. Uno no está preparada para ver a cámara lenta cómo te vas aproximando poco a poco hacia el óbito. ¿Y acaso hay alguien que esté listo para ello?
La complicidad entre los dos protagonistas es máxima. Todo tiene una clara explicación: ambos son pareja en la vida real y, como ellos mismos han confesado, esta películas les ha hecho más fuertes y han aprendido mucho el uno del otro. El amor es exigente. Los sentimientos a flor de piel en muchos momentos.
En Morir recorremos todas las fases del duelo -negación, ira, negociación, depresión y aceptación- tanto en el propio enfermo como en la pareja. Bien valdría para explicar este estado en una clase de psicología o bioética. La enfermedad crónica -como es el cáncer en este caso- es una carrera de fondo desde el punto de vista psicológico y emocional. El final es inevitable como el propio título indica -y no es spoiler-, pero lejos de ser triste o deprimente como inicialmente podríamos pensar, la marcha de un ser querido puede llegar como una bocanada de aire fresco que permite respirar libremente tras tan largo tiempo de opresión, aislamiento y soledad. Es la única vía que permitirá retomar de nuevo, poco a poco, las riendas de una vida propia que se diluyó tiempo atrás con un simple diagnóstico que nunca pensaría que sería tan duro.

Comentarios