CAFARNAÚM: Un puñetazo de realidad directo a la mente y al corazón

Cafarnaúm (Capharnaüm, Nadine Labaki, 2018, LBN)

Ante un tribunal, Zain, un niño de 12 años, declara ante el juez. ¿Por qué has demandado a tus propios padres? -Por darme la vida. Este es el breve preámbulo con el que se nos presenta al protagonista de una de las películas más dolorosas que he visto en los últimos años.
Avalada por el Premio del Jurado en el Festival de Cannes y sus múltiples nominaciones a mejor película extranjera (Oscars, Globos de Oros, BAFTA, Critics Choice Awards...), llegó a nuestras salas de cine -mejor tarde que nunca- la tercera película de la directora libanesa Nadine Labaki, tras las correctas Caramel (Sukkar banat, 2007, LBN) y ¿Y ahora adónde vamos? (Et maintenant, on va où?, 2011, LBN)
En Cafarnaúm, mascarás el mismo polvo sobre el que camina Zain; sentirás cómo se te impregna la suciedad de sus ropas; las lágrimas que ruedan por las mejillas del pequeño, también mojarán las tuyas. Nadine Labaki nos ofrece la oportunidad de ver con los ojos de un niño obligado a ser adulto para sobrevivir, aunque sea en la miseria más absoluta que puedas imaginar. La bomba emocional cocinada a fuego lento desde los primeros lances de la película, no deja corazón intacto.
El gran mérito de la directora es lograr que un niño exprese esa contención emocional sin frenar el resto de sensaciones que quiere que transmita. Pocas interpretaciones recuerdo que me hayan contrariado tanto como esta. Me es inevitable rescatar para la ocasión la actuación de Laia Artigas en Verano 1993 (Estiu 1993, Carla Simón, 2017, ESP), por la similitud de la tesitura en la que se encuentran -emocionalmente hablando-. Sin haber visto aún la aclamada -y oscarizada- actuación de Rami Malek, encarnando al inolvidable Freddy Mercury en Bohemian Rhapsody (Idem, Bryan Singer, 2018, UK), dudo mucho que me impresione tanto como la del joven Zain Al Rafeea.
Líbano, un país asolado por la guerra, la inestabilidad política y los conflictos religiosos durante tantos años, una vez lograda un frágil equilibrio en la población, parece querer asentar una escuela de cine claramente en auge y que no desaprovecha la ocasión para denunciar situaciones sociales. El año pasado fue El insulto (L'insulte, Ziad Doueiri, 2017, LBN) la que nos situaba en el enfrentamiento religioso en el día a día de una sociedad herida. Ahora es el momento de que Cafarnaúm deje huella haciéndonos ver una infancia diferente a la que conocemos, alejada de las comodidades y facilidades de nuestra civilización. Un puñetazo  de realidad directo a la mente y al corazón.

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