DÉJAME CAER: Viaje al abismo sin billete de vuelta

Déjame caer (Lof mér að falla, Baldvin Zophoníasson, 2018, ISL)

Las pequeñas joyas, en muchas ocasiones, se encuentran en momentos de la vida en los que uno está abierto a experimentar y descubrir, pero sin grandes pretensiones ni esperando nada de lo que uno va a ver. Exactamente eso es lo que me ocurrió con Déjame caer. Buscaba algo de cine europeo y la temática de las drogas siempre me había gustado como subgénero de película, así que ¿por qué no? Parecía buena elección pero, ni de lejos esperaba una obra tan impactante, dura y seca.
En el momento en el que Stella se cruza en la vida de la joven adolescente Magnea, esta descubre y empieza a frecuentar unos ambientes que entonces eran desconocidos para ella. La atracción que siente por su carismática amiga la arrastrará irremediablemente hacia una vorágine imparable de resultados poco positivos. Sus vidas y sueños se irán desvaneciendo por momentos y su día a día se limitará a dos únicos estados: colocado y pensando como conseguir el próximo chute para volver a colocarse.
Al tratar un tema que siempre me ha gustado en el cine, he visto muchos enfoques diferentes sobre la adicción a los estupefacientes, como por ejemplo, Drugstore Cowboy (Idem, Gus Van Sant, 1989, USA), Trainspotting (Idem, Danny Boyle, 1995, UK),  o -para mí, la obra representativa por excelencia- Réquiem por un Sueño (Requiem for a Dream, Darren Aronofsky, 2000, USA). Pocas películas me han impactado más que esta última y, con decir que Baldvin Zophoníasson se acerca mucho a esta última, debería ser aliciente más que suficiente para verla. Recientemente, otras películas lo han intentado sin llegar ni a acercarse al nivel ofrecido por estas, como sería el caso de la malograda Beautiful Boy (Idem, Feliz Van Groeningen, 2018, USA)
El relato es poderoso, pero su efecto se potencia con una narración sólida, perfectamente estructurada y con varios saltos en el tiempo que actúan como cebo ideal para la curiosidad del espectador. Interpretaciones soberbias -Elín Sif Halldórsdóttir y Eyrún Björk Jakobsdóttir debutaban en la gran pantalla-, llenas de sinceridad que reflejan magistralmente el tambaleo emocional de alguien que ha perdido el control sobre su propia vida y es perfectamente consciente de ello. Una fotografía en busca de la alternancia entre luces y sombras será el escenario de esta lúgubre historia a la que pone música Ólafur Arnalds, con una emotiva banda sonora
El clímax de la película lo encontramos en su final, en el que por unos minutos se abandona la línea del fino y depurado estudio sobre la adicción para abordar algo mucho más personal y humano. En el momento en el que una maquinaria de engranaje compleja se pone en marcha y ves que todo en ella funciona tal y como debería, el resultado es arrollador. Cuando además le añades el matiz que la hace humana para que atrape al que está en la butaca, el resultado es mágico y devastador. Generalmente, esto último es lo que le falta al cine hollywoodiense para dar la puntilla a muchas de sus películas: dotar de humanidad y cercanía a sus personajes y tramas.
Recomiendo fervientemente esta experiencia de acompañar a Magnea y Stella en sus vivencias, empatizar con ellas en su imperiosa e incontrolable necesidad de buscar a toda costa un chute más, ser testigo presencial de todos los abusos a los que se exponen con tal de conseguir los medios. Al fin y al cabo, el destino es el abismo; la caída es rápida y muy rara vez hay posibilidad de comprar un billete de vuelta.

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